Se marchó. Pero no se fue solo, el aburrimiento se esfumó con él -aunque de eso se dio cuenta mucho después, a medida que iba transcurriendo el tiempo- Ella se quedó quieta, petrificada con sus grandes ojos de carbón. Tras una breve pausa de extraño estupor, dio media vuelta y siguió su camino. No volvió ni siquiera para recoger sus cosas. No quiso mirar atrás, ni oír sus vanas explicaciones. Sabía que cualquier palabra que él pudiese pronunciar sería tan dolorosa como diez mil cuchillos clavándose en su corazón; y una vez pronunciadas volverían a repetirse en sus recuerdos y en sus sueños quién sabe cuántas veces… No, no quiso hacerse eso a sí misma. La historia terminó y no quería añadir ningún capítulo más. Así que ella también se marchó. Y allí sólo quedó un gran vacío.
A lo largo de su vida le habían contado muchas mentiras. Como la de que todo el mundo, tarde o temprano, encuentra el amor de su vida: un amor puro, sincero, pasional e incondicional, un amor de película, para siempre… O como la de que el tiempo todo lo cura… pero no, no es así, el tiempo no cura, aunque sí te ayuda a ver las cosas con más perspectiva. Y así, se encontraba en un punto en el que no sabía si debía sentir tristeza o alegría por lo que le había ocurrido. Definitivamente se convenció de que no era amor. O al menos, el amor no era como le habían contado. Sólo estaba confusa. Despertar de pronto a la realidad y desengañarse una a una de todas las mentiras que se había estado creyendo desde Dios sabe cuándo, no era una tarea fácil. Le iba a llevar cierto tiempo descubrir cuánto de verdad había en su vida y cuánto de fantasía.
Por eso poco a poco empezó a ser ella misma por primera vez en mucho tiempo. Sentía que había perdido tanto tiempo que todo el del mundo le era insuficiente. Y así fue como se dio cuenta de que desde aquel momento crucial no había vuelto a saber lo que significaba aburrirse -qué ironía- gracias a él. Le dio por adoptar una actitud cínica ante la vida. A todo le daba ya una importancia relativa, y eso la hizo sentirse libre. Todo lo libre que se puede uno sentir en un mundo tan sucio y negro como el hollín a través del cual miran sus ojos.
A veces, muy a su pesar, aún se sorprende mirando hacia atrás de reojo.
Ese poso de amargura, ese poso, del que no conseguía desprenderse, le pesaba demasiado.
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